viernes, 13 de noviembre de 2020

Cafelito

 Era que una vez hubo un hombre con bigote. Tenía un nombre que imponía respeto y unos modos y andares caballerescos que la gente atribuía a una educación sublime. De avanzada edad y marcados hábitos, el buen hombre acostumbraba a pasear cada mañana hasta llegar a su taberna de confianza, donde tomaba una tacita de café con leche desnatada y leía historietas de ciencia ficción de autores noveles.

Un buen día, decidió que no quería café con leche. Decidió experimentar, atreverse a cambiar su monótona rutina matutina, sentirse vivo con un espontáneo acto de rebeldía. Decidió pedir un café sólo.

-¿Está usted seguro, don Ignacio?

-Lo estoy. Hoy soy un hombre nuevo. Tráigame tan solo un poco de azúcar, por favor.

-Como usted diga, don Ignacio.

El café llegó prontamente, acompañado de un sobrecito de Mafari. Todo apuntaba a que sería una experiencia estimulante y enriquecedora. Parecía que el experimento iba transcurrir con normalidad. Sin embargo, según se disponía a endulzar su radical desayuno, el señor Ignacio advirtió repentinamente su torpeza: Había olvidado traerse una de sus historietas.

Inmediatamente empezó a ponerse nervioso. No estaba acostumbrado a las emociones fuertes y no sabía si podría soportar tantos cambios en su vida llegando al mismo tiempo. Lo cierto es que, si bien se había esforzado por no mostrar síntoma alguno de su inquietud, le había costado horrores cambiar su pedido habitual. Este nuevo y brusco viraje era lo último que necesitaba.

Tratando por todos los medios de mantener la calma, buscó la manera de centrar toda la atención posible en los pequeños procesos y gestos que conforman el ritual del cafelito. Con dedicación absoluta vertió el contenido del sobre. Con destreza y buen hacer introdujo la cucharilla y removió con ella el brevaje. Con desmesurada determinación dobló el sobrecito vacío varias veces sobre sí mismo, dejando al final en el platillo un pequeño cuadradito de plástico que no tardó en empezar a desdoblarse.

Nada de esto detuvo el sudor frío que recorría su frente. Nada podía ayudarle a contener la creciente ansiedad que invadía su alma y carcomía inmisericorde su maltrecho corazón.

-

Con todo, don Ignacio sobrevivió a la experiencia. Entre las despedidas de las buenas gentes de la taberna, salió decidido de vuelta a su hogar. Lo sucedido esa mañana le había ayudado a reafirmarse: no tenía ya edad para experimentos. No quería repetir una situación similar en lo que le quedase de vida.

Lo tenía claro: Seguiría votando al PP hasta el fin de sus días.

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