Desde larga distancia se podían apreciar los ruidos y las luces provenientes de la aldea. Todo el pueblo se había reunido en la plaza mayor para celebrar un año más su libertad, un festejo que consideraban de vital importancia y al que todo el mundo asistía religiosamente.
No faltaba absolutamente nadie. Entre el populacho se podía reconocer a Jerbasio, Montunator, Ignacio, Carmucha, Richard Wagner, Verduraman, el ciervo boniato, la mariscal Svetlana Presley-Puidgemont, Muellín, el señor-tanque con bigote, la ayudante de Jacques Richard Allen-Wilkinson Holyfield III, el Guerrero de los Bosques, Randall Fury el de los Cojones Negros, los motivos, el duende cabrón, Prepuncio, López, Sandía, esa cosa gorda gigante con cabeza de pirámide, Jerry el dinosaurio, los ginecólogos mutantes asesinos gigantes del espacio exterior, Felipito el niño paralítico, Raimundo el de las Siete Cejas, Tom el Impaciente, la formación original de la Joven Orquesta de Jazz que lo Flipas, Boomer Joe, la repartidora que traía un paquete para Kurt Ferdinand Friederich Hermann von Schleicher y Ramón el de un solo ojo detallado, entre muchos otros rostros populares de la aldea. Incluso el imbécil de Bob estaba presente.
Sin embargo, había algo raro en el ambiente. La decoración era sublime como siempre, el escenario estaba ya montado y la gente esperaba sonriente a que diese comienzo el espectáculo, pero nadie podía quitarse de la cabeza la sensación de que este año estaba pasando algo extraño. Algo... desagradable, que traía recuerdos de cómo eran las cosas cinco años atrás. Las mentes más perspicaces supusieron que estaba relacionado con el hecho de que toda la escena estuviera siendo descrita en este instante. Pronto empezaron los cuchicheos.
-¿Crees que es posible que...?- La mariscal Svetlana se detuvo al instante al darse cuenta de lo que estaba pasando. Boquiabierta tanto por la reacción natural como por los mandatos que le eran impuestos, miró aterrorizada a su interlocutor, Randall Fury.
-No puede ser... -suspiró Fury.- El hijo de puta... el grandísimo cabrón bastardo de mierda...
El comienzo de los diálogos y la descripción detallada de acciones individuales eran lo último que necesitaron para confirmar sus temores. Ya no disfrutaban de libre albedrío. Cada palabra que salía de su boca, cada gesto, cada pequeña muestra de comportamiento formaba ahora parte de un entramado planificado y dirigido por una inteligencia superior. Su Creador había regresado.
Hubo quien dirigió miradas recelosas a Muellín.
-¡Eh, a mí no me miréis, yo solo soy un avatar! Solo nos parecemos en el nombre, ¡Yo hasta conservo todavía el pelo largo!
Antes de que hubiese tiempo para continuar la discusión en medio de lo que ya se había convertido en una histeria colectiva, el escenario se iluminó con brillantes tonos morados. Mientras el populacho se iba acercando con expectación ansiosa, comenzó a sonar 'Play that funky music' para rellenar el silencio incómodo que se había producido al limitar todo posible diálogo a aquel que el Creador quisiera añadir al texto.
El público, y probablemente parte de la audiencia, esperaba ver una figura en el escenario, algún tipo de representación corpórea que asentase la figura del Autor dentro de su universo. Sin embargo, lo único que percibieron los allí presentes fue un mensaje. Una disertación grabada en sus pensamientos, en sus almas, en la mera sucesión de acontecimientos vitales, en el tejido mismo del mundo.
Largo tiempo ha pasado desde mis años de actividad en este blog. En cualquiera de mis blogs, de hecho. Y durante todo este tiempo, la idea de volver a actualizar, de volver a crear contenido, se ha ido presentando en mi cabeza de forma fugaz, pasajera, pero insistente. Cada dos, tres, seis meses, la idea volvía. Diré más bien que vuelve, pues estoy seguro de que esto que estás leyendo no es en absoluto señal de que la cosa vaya a cambiar. Y ese es precisamente el punto. La idea vuelve, pero nunca consigue moverme lo suficiente como para llevarla a cabo. Ya sea por no tener de forma inmediata una idea que explotar, por pensar en el proceso de desoxidarme metódicamente, por la tragadera que supone retomar la continuidad para con la poca gente que seguía esto y que se vuelve más complicada cuanto más tiempo de ausencia pasa, o por simple falta de motivación, lo cierto es que acabé perdiendo la batalla que describía mi joven yo jocosamente en forma de viñeta.
La batalla contra la desgana es una que no se gana una vez y se acaba, sino que debe lucharse día tras día para mantenerse firme frente a ella, y he aquí que no vi venir que esta sería la causa de mi derrota. Si algo ha caracterizado a este humilde autor la mayor parte de su tiempo en la Tierra es la falta de constancia, ya no en el arte, sino en la vida en general. Muchos años hace ya que empezó un servidor a caer en la rutina de dejar de lado todas las rutinas. Demasiado hace ya que solo hago cosas cuando una chispa fugaz es casualmente lo bastante intensa para llevarme a ello y luego se apaga para nunca volver. Sin ir más lejos, es una de esas chispas la que me ha llevado a redactar estas palabras.
No temáis, habitantes de la aldea. No penséis que vuestras vidas independientes de mis narraciones, que vuestras creencias, que vuestra organización política horizontal basada en la autogestión y las redes de apoyo mútuo, que vuestras relaciones y vuestro crecimiento personal están en peligro. Todas esas maravillas que han tenido lugar en mi ausencia son tan reales para vosotres como para mi el teclado en el que estoy escribiendo estas palabras, no es mi intención arrebatároslas.
Pero como Creador vuestro que soy, os conozco. Sé que podéis comprender mi dilema: Probablemente no suceda pronto, es posible que no llegue a suceder en absoluto, pero la realidad es que si me sobrepongo a mi severo problema de constancia, si vuelvo a tomar las riendas de mi creatividad y mantengo una actualización continuada, será necesariamente a costa de vuestro libre albedrío. He aquí, pues, que me encuentro entre la espada y la pared en cuanto a mi papel divino en mi propio universo creativo. Mis principios me llevan a querer dejaros volar libres y a no meter las narices en vuestros asuntos, a permitiros evolucionar sin depender de mi. Mi racionalidad, por otra parte, me recuerda que sois meros personajes, construídos rápida y torpemente, pero no consigue convencerme de que tengáis menos valor por ello.
-Vaya excusa de mierda.
¿Perdona?
-Ya me has oído, capullo.- dijo Randall Fury mirando al cielo.- Te estás montando una pelicula del copón para justificar tu puta pereza, macho. O vuelves o no vuelves, pero deja de marear la perdiz.
No busco justificación alguna, querido Randall. El problema de la constancia es mío, como también es mía la responsabilidad de buscar una solución. Pero sí es cierto que encuentro interesante e inquietante a partes iguales el concepto del libre albedrío de mis personajes. No me supone un dilema moral genuino, pero sí hay una parte de mi que sentiría lástima si os lo arrebatase. Creo que podríais por vuestra cuenta convertiros en mucho más de lo que yo sería capaz de reflejar manteniéndoos maniatados con mis historietas.
-¿Crees que Prepuncio sería capaz de convertirse en gran cosa? ¿O López y Sandía?.- preguntó burlón.- ¿Hay un gran mundo de posibilidades para Raimundo el de las Siete Cejas o Tom el Impaciente? Me parece que te estás flipando muchísimo, colega.
Ese es precisamente el punto, mi queridísimo Randall. Lo que yo hago son garabatos. Con cuatro trazos mal colocados y un par de frases apresuradas formo una silueta, una sombra. Es lo que siempre he hecho y dudo que sea capaz de hacer más. No se trata de que seáis personajes profundos y complejos, sino de que si existe una manera de lograr que lleguéis a serlo, será necesariamente librándoos de mi yugo y evolucionando por vuestra cuenta, aunque no haya ningún autor presente para narrarlo y mostrárselo al mundo.
-Pero entonces...- inquirió Jerbasio con preocupación.- si nadie puede narrárselo al mundo, si nadie tiene medios para saber siquiera que seguimos aquí, ¿Cuál es el punto de que sigamos existiendo?
Pues verás, querido Jerbasio, la verdad es que no creo que tenga que haber un punto. Me parece que buscar un motivo último para vuestra existencia no es distinto a buscarlo para la mía, o la de mi perro Rufo. Tal vez sea interesante como punto de partida para la filosofía o la introspección, pero dudo que se vaya a llegar a una respuesta concreta e infalible. ¿Cuál es el punto de que sigas existiendo? Pues ninguno, me temo. Pero al igual que las personas somos libres de intentar encontrar un camino que nos proporcione algún tipo de sensación de propósito, de meta, de papel en la serialización improvisada de la vida, creo que es justo que tú tengas acceso a esa misma libertad. Mayor incluso, pues mi universo está tan vagamente delimitado que no estás atado a estructuras que condicionan tu vida o tu mente. Ya no. En su momento tuviste un propósito bien definido, fuiste concebido como una cruel representación de mi autoconcepto, pero es un papel que se te impuso y que ya no representas ni tienes la obligación de representar. Ahora tienes el espacio y las herramientas para ser absolutamente cualquier cosa que quieras ser, y cada persona tiene en su cabeza el espacio y las herramientas para imaginar un posible camino que hayas podido elegir. No necesitas que venga yo a elegir uno y forzarlo convirtiéndolo en canon. La riqueza potencial que surje de la infinidad de interpretaciones personales posibles es mucho más valiosa que un discurso limitado e inamovible que puede no ser el más interesante o el preferido de quien me lea, o el que tú hubieras elegido para ti. Por tener, tienes incluso la libertad para elegir no ser nada, para dejar de existir, y no quiero ser aquel que forzosamente vuelva a narrar tus vivencias y con ello te arrebate ese poder de decisión.
-Aclarémonos, pues.- dijo Carmucha, un poco harta de tanta farfullada.- ¿Qué vas a hacer entonces, exactamente? ¿Te quedas, te vas para siempre? ¿Te vas pero volviendo de vez en cuando? ¿Qué carallo pasa? Yo ya tuve bastantes mierdas de cuarta pared en mi debut, no me andes mareando.
Ay, mi querida Carmucha, ojalá pudiera darte una respuesta, cualquier respuesta, y estar seguro de su certeza. Lo único que te puedo decir con total sinceridad es que no tengo ni puta idea. Me gustaría retomar el blog, los dos blogs, la página de Facebook y todo lo demás, pero no puedo garantizar que vaya a hacerlo. No puedo garantizar siquiera que vaya a volver de vez en cuando. Y lo cierto es que tampoco podría prometer irme para siempre si esa fuera mi intención, porque tarde o temprano me asomaría para ver cómo os va y para escribir alguna chorrada de dos líneas. La verdad, Carmucha, es la siguiente: no sé qué carallo voy a hacer. Mi intención es volver, incluso darle un nuevo giro a toda la movida, darle un toquecito metanarrativo, yo qué sé, salseo, pero de ahí a que vaya a hacer algo hay un trecho gigantesco.
Supongo que en parte estoy escribiendo esto para sencillamente recordarme a mí mismo que puedo hacerlo, que me gusta, que me resulta divertido. Lo escribo también porque me encanta el humor pero estoy harto de no ser capaz de hacer arte sin él. Porque me encanta la idea de crear un universo cohesionado de ideas y personajes (un multiverso, podríamos decir, jeje) y la única forma de hacer eso es puto seguir escribiendo, dibujando y canturreando. Creo que ese es un poco el punto de todo esto, al fin y al cabo. Escribir. Hacer algo, hoy, ahora. Un comienzo, un pasito. No hay un botón mágico que poder pulsar para tener ya montada una trayectoria, un relato. Hay que vivir como John Rambo dijo que haría: día a día.