-Oh, no es necesario, muchas gracias. Estoy cómodo aquí. -replicó Wagner.- acabo de empezar un libro, ¿sabe?
-Como guste. En ese caso, desecharemos al crío en el incinerador y llamaremos a un taxi para su mujer. Tenga usted cuidado con los velocirraptores y todo irá bien. -Decía la enfermera mientras se alejaba hasta volver a entrar en la sala de partos.
"¿Velocirraptores? Qué tontería" pensó Wagner, en una más que evidente presentación argumental de contraste para los acontecimientos venideros "todo el mundo sabe que en esta época del año no hay velcirraptores."
Todavía le daba vueltas en la cabeza a ese revoltijo de pensamientos con patatas fritas de cocer y un chorrito generoso de salsa agridulce de cuestionable calidad, cuando vio asomarse por el pasillo a la tercera criatura más temible del planeta: Un velocirraptor.
Llamados así porque una vez, hace muchos años, secuestraron velozmente a uno de ellos, los velocirraptores (no confundir con los dinosaurios llamados velocirraptores) eran personas altas y retorcidas, extremadamente siniestras, encorvadas cual cosa encorvada, y feas como aquel actor español cuyo apellido empezaba por "S" y acababa por "an Francisco".
Con túnica negra, larga capa raída por los años, la humedad y un ratoncillo que colgaba de ella mientras la mordisqueaba, un gran sombrero de copa y dos corbatas ridículamente pequeñas de color pastel, el espantoso velocirraptor que acababa de aparecer era particularmente espantoso. Sus manos largas de dedos huesudos sin grasa y bajos en sal estaban situadas al final de sus brazos.
El velocirraptor clavó su mirada en el joven Richard Wagner. Sus ojos eran pequeños, penetrantes y sobrecogedores. Y de color verde limón.
Lenta pero inexorablemente, como lentamente se mueven las grandes masas de hielo, como lentamente se mueven las ciclópeas placas tectónicas que sostienen nuestro mundo, como lentamente se mueven los caracoles, como lentamente se mueven los obesos mórbidos por los pasillos del supermercado, el velocirraptor empezó a caminar hacia un aterrorizado Richard.
Cada vez más cerca, el velocirraptor se relamía y se tocaba la punta de la nariz con las cuatro lenguas, adquiriendo un aspecto más terrorífico si cabía, que imprimió en el joven Wagner un miedo indescriptible y unas ganas de orinar bastante intensas.
Cada vez más cerca, el velocirraptor se relamía y se tocaba la punta de la nariz con las cuatro lenguas, adquiriendo un aspecto más terrorífico si cabía, que imprimió en el joven Wagner un miedo indescriptible y unas ganas de orinar bastante intensas.