miércoles, 8 de mayo de 2013

"La ceja con bigote que destruyó el mundo" [Parte 2]

          -Sí, -dijo la enfermera apartándose de él.- El parto ha salido a la perfección, es un niño precioso el suyo. Ya puede ir a ver a su mujer.
          -Oh, no es necesario, muchas gracias. Estoy cómodo aquí. -replicó Wagner.- acabo de empezar un libro, ¿sabe?
          -Como guste. En ese caso, desecharemos al crío en el incinerador y llamaremos a un taxi para su mujer. Tenga usted cuidado con los velocirraptores y todo irá bien. -Decía la enfermera mientras se alejaba hasta volver a entrar en la sala de partos.

     "¿Velocirraptores? Qué tontería" pensó Wagner, en una más que evidente presentación argumental de contraste para los acontecimientos venideros "todo el mundo sabe que en esta época del año no hay velcirraptores."
     Todavía le daba vueltas en la cabeza a ese revoltijo de pensamientos con patatas fritas de cocer y un chorrito generoso de salsa agridulce de cuestionable calidad, cuando vio asomarse por el pasillo a la tercera criatura más temible del planeta: Un velocirraptor.

     Llamados así porque una vez, hace muchos años, secuestraron velozmente a uno de ellos, los velocirraptores (no confundir con los dinosaurios llamados velocirraptores) eran personas altas y retorcidas, extremadamente siniestras, encorvadas cual cosa encorvada, y feas como aquel actor español cuyo apellido empezaba por "S" y acababa por "an Francisco".
     Con túnica negra, larga capa raída por los años, la humedad y un ratoncillo que colgaba de ella mientras la mordisqueaba, un gran sombrero de copa y dos corbatas ridículamente pequeñas de color pastel, el espantoso velocirraptor que acababa de aparecer era particularmente espantoso. Sus manos largas de dedos huesudos sin grasa y bajos en sal estaban situadas al final de sus brazos.
     El velocirraptor clavó su mirada en el joven Richard Wagner. Sus ojos eran pequeños, penetrantes y sobrecogedores. Y de color verde limón.
   Lenta pero inexorablemente, como lentamente se mueven las grandes masas de hielo, como lentamente se mueven las ciclópeas placas tectónicas que sostienen nuestro mundo, como lentamente se mueven los caracoles, como lentamente se mueven los obesos mórbidos por los pasillos del supermercado, el velocirraptor empezó a caminar hacia un aterrorizado Richard.
     Cada vez más cerca, el velocirraptor se relamía y se tocaba la punta de la nariz con las cuatro lenguas, adquiriendo un aspecto más terrorífico si cabía, que imprimió en el joven Wagner un miedo indescriptible y unas ganas de orinar bastante intensas.

martes, 7 de mayo de 2013

Soy un boniato

Soy un boniato. No puedo evitarlo, chicos. Lo siento.
Soy un boniato insensible, un boniato sin corazón. Un boniato traicionero. Un boniato, sí señor. Eso es lo que soy.
O eso creo.
En realidad es altamente improbable que sea un boniato, teniendo en cuenta que puedo escribir.
Aunque claro, cabe la posibilidad de que solo esté dictando las palabras y alguien con la capacidad de escribir lo esté escribiendo en mi nombre. Sí. Eso sí es probable.
Bueno, pensándolo bien, eso también es bastante improbable, si tenemos en cuenta que, como boniato que soy, no puedo hablar, y por lo tanto me sería imposible dictarle a nadie palabra alguna.
¿Cuál es entonces el sentido de decir que soy un boniato? Es evidente que no soy un boniato.
Pues claro que no soy un boniato.
Soy un ciervo.
Un ciervo alegre, juerguista, saltarín, feliz y sobretodo con cuernos de ciervo. Y con "sobre todo" quiero decir "sobre la cabeza". Porque los cuernos están en la cabeza. Los míos al menos.

Buenas tardes.

"La ceja con bigote que destruyó el mundo" [Parte 1]

<< Desde luego, lo que nunca cabría esperar de una ciudad noble y honrada como Toledo es que se dedicase al contrabando de cerezas en mal estado. Nunca. Cabras. Desesperación. Ornitorrinco. Trapicheo truncado. Estado del bienestar.
        >> Pero basta ya de hablar de mí, querida. Hablemos de ti. ¿Cuántas tonalidades de azul eres capaz de diferenciar? ¿Todas? Vaya, qué decepción... ¿Y con los ojos vendados? Oh, ya, el doble... bien... ¿Y qué me dices de un par de puñaladas en los ojos y en el codo izquierdo? ¿Cuántas tonalidades de azul podrías diferenciar así? ¿Crees que...? ¡Oh, por el amor de dios, detén esa incesante menstruación, me estás estropeando las rodilleras de lana!>>

     Eso es todo cuanto pudo leer Richard Wagner (sin parentesco alguno con el compositor Richard Wagner) de su libro recién comprado, "La ceja con bigote que destruyó al mundo", antes de que la enfermera requiriese su atención leyendo su nombre, previamente escrito en un sombrero amarillo por algún tipo de insecto del que, francamente, no merece la pena hablar.
          -¿Richard Wagner?- Preguntó la enfermera.
          -Es ese tipo de ahí, el del libro.- Respondió el sombrero.
     La enfermera se acercó a Richard, le puso el sombrero en la rodilla derecha y se sentó a su lado. Lentamente empezó a acariciarle con suavidad. A los pocos segundos estaba ya besando sensualmente el cuello de Richard y le mordisqueaba de forma picarona el lóbulo izquierdo de la oreja derecha, mientras su mano juguetona se deslizó hasta la entrepierna de nuestro protagonista.
     En ese momento, Richard se percató de la presencia de la enfermera, y le preguntó:
          -Oh, disculpe, ¿Me llamaba?

"El barco piratilla - Aventuras en el Andanada Andaunpoco"


El CAPITÁN CARRADINE es un hombre de mediana edad, barbado y de ojos y pelo de color verde como el jade, las hojas frescas de los árboles o los mocos de cuando tienes infección. Tiene tres patas de palo en sustitución de una pierna, que perdió hace muchos años la semana pasada en una pelea de taberna contra Hulk Hogan.
 El primer oficial es el señor GUTIÉRREZ, un feroz perro de mar. Literalmente. Se trata de un beagle lanudo apestoso, mal cuidado y lleno de pulgas.
 Los demás miembros de la embarcación ANDANADA ANDAUNPOCO no eran más que viejos borrachos y jóvenes borrachos. Cabe destacar a TERRY JEREMY BARTHOLOMEW JONES SEGUNDO JUNIOR, el timonel; DAVID DAVIS, el cocinero; ZACARÍAS "OCELOTE" LÓPEZ, el vigía; y GORDON BLUE, un viejo roñoso que nunca se calla.

                                                             ACTO 1 y medio
                                            ESCENA 27-1 ("Lavar la barba bárbara")

(La escena tiene lugar en el camarote del C. CARRADINE. Un cuarto de lujo lleno de obras de arte, sistemas de climaticación y acondicionamiento de los olores. Con una cama enorme del siglo XIV de fondo. El CAPITÁN está sentado en una silla Luí XVI modificada y convertida en silla de oficinista.)

C. CARRADINE: Y aquí estoy de nuevo, preguntándome imposibles en la osura soledad de mi cómodo camarote. ¿Quiénes somos en realidad? Maldita sea, ¿Quiénes somos? (Se altera. Alterado) ¿¡Quiénes somos!? ¿¡De dónde venimos!? ¿¡A dónde vamos!? Y por el amor de Dios, de Tries y de Cuatriorce, ¿¡Qué demonios hago yo hablando solo otra vez!?

(Entra en escena DAVEY JONES, un grumete, con GUTIÉRREZ)

DAVEY JONES: Capitán, disculpe. Soy Davey Jones. Verá, el señor Gutiérrez preguntaba por usted.

C. CARRADINE: Tú calla, que me tienes contento.

DAVEY JONES: ...¿Señor?

C. CARRADINE: Sí, sí, no me mires como si fueses inocente, como si nunca hubieras roto un plato ni un diente ni una bicicleta y nunca fueses a hacerlo. ¡Tú serás el antagonista de una cuatrilogía de películas vomitivas que prostituirán y explotarán la figura de los piratas de una forma grotesca, vil y exageradamente irracional, así, sin vaselina ni nada! ¡Debería darte vergüenza!

DAVEY JONES: Capitán, no sé de qué me está hablando. Si es otra de sus premoniciones, debo recordarle que usted es el único que cree en ellas en todo el barco.

C. CARRADINE: Hace bueno esta mañana.

DAVEY JONES: Así es, capitán. Es de noche.

C. CARRADINE: Supongo que habrás desparasitado minuciosamente al señor Gutiérrez. Al fin y al cabo es tu superior. Debes complacerle. Eres como su putita.

DAVEY JONES: Empezando de forma tan lamentable mi carrera en la piratería, es normal que en unos años vaya a aceptar sin dudarlo la oportunidad de rodar una película. Llámeme vendido si lo desea, capitán, pero seré más rico que usted.

C. CARADINE: Grumete, no sé de qué me estás hablando. Si es otra de mis premoniciones, debo recordarle que yo soy el único que cree en ellas en todo el barco.

DAVEY JONES: Hace bueno esta mañana.

C. CARRADINE: Así es, grumete. Es de noche.