sábado, 21 de noviembre de 2020

El Día del Espectador

 El revisor dedica un breve instante a examinar los tiquets, los rompe por la mitad y los devuelve a la mano de Nintendo González mientras realiza vagas indicaciones para que él y su hermana sepan hacia dónde moverse.

Francesca Incognita González se adelanta rápidamente y se lanza impaciente sobre su butaca. Es un evento muy emocionante para la joven, está convencida de que esta será la experiencia más fascinante de su vida. Por su parte, Nintendo, habiendo asumido plenamente su papel de hermano mayor más sabio y cínico, se limita a sentarse a su lado y sujetar las palomitas. Aprovecha los minutos publicitarios que preceden al visionado para echar un vistazo a sus redes sociales.

Poco después, las luces se apagan. Nintendo González silencia y bloquea su móvil y mira a un lado para contemplar la expresión de incontenible emoción que muestra su hermana. No puede evitar esbozar una sonrisa. Tal vez él esté seguro de que la película no será para tanto, pero le hace feliz saber que su hermanita conserva la capacidad de ponerse tan contenta con algo tan vacío y simplón. En el fondo, empieza a sospechar que siente cierta envidia.


-


Una marabunta emocionada abandona la sala con el culo dolorido y una sonrisa de oreja a oreja. Entre la multitud, dos figuras hastiadas avanzan pesadamente con expresión de decepción absoluta. Las hermanas González se miran y ponen los ojos en blanco al unísono. Comienza así un nuevo capítulo en la vida de Francesca Incognita, uno plagado de bajas expectativas y creciente rechazo hacia el mundo del séptimo arte. Quién le iba a decir que El Príncipe de Zamunda 2 supondría una decepción tan colosal.

viernes, 20 de noviembre de 2020

Día de Limpieza

 Tragando ingentes cantidades de polvo, avanzaba el cepillo por los calabozos insondables de la CPU. Ardua tarea realizada con precarias herramientas y una dirección inepta e inexperimentada. Eso estaba que daba asco verlo, gente. 

Pero finalmente conseguí dejarlo más o menos decente, a ver si ahora puedo jugar al Red Dead Redemption 2.

martes, 17 de noviembre de 2020

Sorprendentemente, aquí sigo

Era que se adivinaba, allá donde el pueblo pesquero
entre el mar y la montaña, una sombra en el otero:

Alejado de las calles y los ruidos de la costa,
Alejandro se sentaba, evitando las bostas,
en la hierba y, apoyando su tableta de Milkybar en la bota,
su mano firme en la tierra y en las piernas su libreta,
empezaba su modesto ejercicio de poeta
y de pronto se dio cuenta: ¡No quedaba ni una gota!

Su fiel botellín de agua había agotado su paciencia.
Había pasado su tiempo, no quedaba ya otra cosa
que un cacho plástico inútil en una mochila rosa
y una lengua resecándose en una boca sedienta.

Solo entonces advirtió mi presencia en la hojarasca:
es sabido que con hambre, sed o bajas calenturas
es miopía poca traba para el ojo de criaturas
de herramientas, de motores, de gayumbos, de dos patas,
en definitiva, bestias de tesón y floritura
que marchitan nuestros bosques y que enturbian nuestras aguas,
que con aires satisfechos y egos como montañas
contaminan sus lechos sin pensarlo, ¡alimañas!
¡Despreciables subproductos de un progreso sin mesura!
¡Algún día todo el odio que sembráis sin daros cuenta
caerá sobre vuestra estirpe, no os quepa ninguna duda!

Me consuelo imaginando su eventual extinción
según se dispone, tras recogerme, el cabrón,
a arrancarme la piel para acceder a mi interior
y verterlo en su botella, ¡rico jugo de limón!

sábado, 14 de noviembre de 2020

Cyberpunk

Neo-Vigo, año 3027.

Comienza la estación seca. La tierra no es capaz de retener el agua que las lluvias han dejado como obsequio para lo que queda de la humanidad. El mundo más allá de la cúpula protectora es un yermo desértico que se extiende hasta fundirse con el horizonte.

A lo lejos se divisa un vehículo planeando sobre el terreno calizo y anunciando su llegada con brillantes luces de neón. Va trazando una trayectoria inequívoca, una línea recta que define su destino y sirve como muestra de su determinación. Alguien está llegando a la ciudad.

La conductora lanza por la ventana la colilla de su último neo-cigarrillo antes de acercarse al control de aduana. Allí la recibe un androide con la cara de Abel Caballero.

-Bienvenide a Neo-Vigo. Por favor, diga su nombre y el motivo de su visita.

-Hamunaptra Pausini Kollontai. He venido a comprar una sandía.

viernes, 13 de noviembre de 2020

Cafelito

 Era que una vez hubo un hombre con bigote. Tenía un nombre que imponía respeto y unos modos y andares caballerescos que la gente atribuía a una educación sublime. De avanzada edad y marcados hábitos, el buen hombre acostumbraba a pasear cada mañana hasta llegar a su taberna de confianza, donde tomaba una tacita de café con leche desnatada y leía historietas de ciencia ficción de autores noveles.

Un buen día, decidió que no quería café con leche. Decidió experimentar, atreverse a cambiar su monótona rutina matutina, sentirse vivo con un espontáneo acto de rebeldía. Decidió pedir un café sólo.

-¿Está usted seguro, don Ignacio?

-Lo estoy. Hoy soy un hombre nuevo. Tráigame tan solo un poco de azúcar, por favor.

-Como usted diga, don Ignacio.

El café llegó prontamente, acompañado de un sobrecito de Mafari. Todo apuntaba a que sería una experiencia estimulante y enriquecedora. Parecía que el experimento iba transcurrir con normalidad. Sin embargo, según se disponía a endulzar su radical desayuno, el señor Ignacio advirtió repentinamente su torpeza: Había olvidado traerse una de sus historietas.

Inmediatamente empezó a ponerse nervioso. No estaba acostumbrado a las emociones fuertes y no sabía si podría soportar tantos cambios en su vida llegando al mismo tiempo. Lo cierto es que, si bien se había esforzado por no mostrar síntoma alguno de su inquietud, le había costado horrores cambiar su pedido habitual. Este nuevo y brusco viraje era lo último que necesitaba.

Tratando por todos los medios de mantener la calma, buscó la manera de centrar toda la atención posible en los pequeños procesos y gestos que conforman el ritual del cafelito. Con dedicación absoluta vertió el contenido del sobre. Con destreza y buen hacer introdujo la cucharilla y removió con ella el brevaje. Con desmesurada determinación dobló el sobrecito vacío varias veces sobre sí mismo, dejando al final en el platillo un pequeño cuadradito de plástico que no tardó en empezar a desdoblarse.

Nada de esto detuvo el sudor frío que recorría su frente. Nada podía ayudarle a contener la creciente ansiedad que invadía su alma y carcomía inmisericorde su maltrecho corazón.

-

Con todo, don Ignacio sobrevivió a la experiencia. Entre las despedidas de las buenas gentes de la taberna, salió decidido de vuelta a su hogar. Lo sucedido esa mañana le había ayudado a reafirmarse: no tenía ya edad para experimentos. No quería repetir una situación similar en lo que le quedase de vida.

Lo tenía claro: Seguiría votando al PP hasta el fin de sus días.

Estoy hasta los cojones de estornudar

dijo, eh... alguien. Un personaje. Sí.

martes, 10 de noviembre de 2020

Adolf O'Dominguez

 Mucha gente se aventura a decir que Hitler tenía cierto talento para la pintura. Es fácil encontrar posts en internet de personas que comparten sus obras comentando la tragedia que supone el potencial perdido, a mayores del hecho de que haya sido un bastardo hijo de mil putas.

Pero lo que la población parece ignorar es que, en realidad, los cuadros de Hitler son basura. El uso del color, el trabajo de la luz, la perspectiva, la composición, incluso la elección de temas. La pintura del viejo Adolf es, la mires por donde la mires, una puta mierda.

Y ojo, esto no lo digo yo, lo dice la ciencia. Es matemático. Una verdad absoluta, una constante invariable del universo.


Probablemente te estés preguntando dónde está la comedia en todo esto. Cuál es la razón de ser de este post, a dónde quiero llegar con mi apurada y poco detallada disertación.

Yo también, colega. Yo también.

Emoji mareado

 Paracetamoldeablentorrocío Jurado.

El mayor depredador de los mares. La punta de lanza del diseño inteligente.

Emoji de pensar

-¡No puede ser!

Y no fue.

ResMed

La luz del sol no cedía. Encontraba un camino a través de las rendijas de la cortina, forzando su entrada a la habitación como brillantes cuchillas que atravesaban el ambiente cortándolo todo a su paso. No podía aplazarse más lo inevitable.

Los ojos de Carmucha cedieron y tuvo que despertarse. Con una ducha helada se forzó a despejarse; con un café con leche, a activarse.

Una vez se sintió preparada, encendió el portátil. Pocos minutos después, la conferencia había dado comienzo. Ella fue la primera en exponer:

 "Si una autora evoluciona hasta el punto de deconstruir su obra y lleva esto hasta un extremo tal que la misma se vuelve irreconocible, pero no ha tenido la constancia de publicarla hasta entonces y por lo tanto de dejar ver su gradual evolución, ¿realmente ha creado algo?

Si lo único que puedes mostrar de tu obra es la huella de lo que una vez hubo, el cadáver que dejas tras haberla matado como paso último de tu proceso creativo, ¿qué tienes exactamente para enseñarle al mundo?

¿Podemos considerar siquiera como una trayectoria artística una progresión que prácticamente solo ha tenido lugar en la cabeza de su autora? ¿Tiene algún tipo de valor una saga que nunca ha sido publicada?

Si me muero mañana, ¿qué carallo tengo entre manos para ser recordada?"

Se hizo el silencio durante unos segundos que parecieron eternos. Se intercambiaron miradas nerviosas a través de las webcams.


Finalmente, el profesor Toyota respondió:

-Pava, ¿de qué cojones estás hablando?

lunes, 9 de noviembre de 2020

 Un día corriente en el restaurante se vio interrumpido por un mareo. El estrés del trabajo, el calor, mil posibles causas podían haberlo desecandenado, pero estaba claro que había que parar el servicio. Mi padre acudió con mi madre al hospital para una revisión y ya no volvió a casa hasta que meses más tarde se decidió que no podían hacer más por él de lo que ya iba a tener con su familia.

Conservo más recuerdos de su rostro hinchado y melancólico que del eterno risueño de corazón de oro que me crió y que compartió toda la vida con mi madre. Mi ya de por sí maltrecha memoria solo me trae imágenes de camillas de hospital y de convivencia apagada. Recuerdo cada conversación como un esfuerzo titánico y cada caminar por el pasillo como una victoria digna de celebrarse. Recuerdo rezar sabiendo perfectamente que ninguna entidad divina estaba escuchando solo para asegurarme de estar haciendo todo lo humanamente posible.

Recuerdo dónde estaba aparcado el coche en el que mi madre me dijo "papá está ya con la abuela Irene".

Intento extraer lo máximo posible de los pocos recuerdos que tengo anteriores a la enfermedad. Flashes dispares e inconexos que trato de juntar como piezas de un puzzle para poder aferrarme a una imagen tangible de quién era mi padre, un mosaico que me esfuerzo por hacer todo lo completo posible.

Y a pesar de que hoy me cueste recomponer esa imagen, y aún siendo consciente de que haciéndolo tendré que rellenar los huecos con testimonios ajenos y escenas idealizadas, sé que después de 2006 nada volvió a ser igual.

Pensándolo fríamente, no todo era malo: en esa misma época empecé a crear los lazos que hoy constituyen un círculo de amigos que, aún con las distancias impuestas por la vida adulta y las diferencias de pensamiento, quiero pensar que es inmune al paso del tiempo. Pero indudablemente todo había cambiado para mí.

Por razones que sigo sin entender del todo, me perdí. Pasé a limitarme a estar en el aquí y el ahora sin pensar en nada más. Perdí la noción fundamental de que el tiempo no se detiene, de la importancia de tener una meta, algo tangible a lo que aferrarse. 15 años más tarde sigo pagando por esta falta de focalización y vago por el mundo sin objetivo ni fin último más allá de la monotonía vacía del día a día.

Empecé en aquella época a plantearme que podría tener algún tipo de problema. Que no estaba bien, que debía buscar ayuda. 15 años más tarde sigo planteándomelo, sin hacer absolutamente nada al respecto. Lo cierto es que el mero hecho de estar escribiéndolo ahora es un paso de gigante en comparación con la pasividad absoluta que me ha guiado desde entonces.

Y me río mucho. A diario, normalmente. Me siento afortunado por mi familia, por mis amigos, por casi todas las relaciones que he tenido, por los talentos que por alguna razón me niego a explotar. Una parte de mí incluso considera de mal gusto sentirse mal, cuando llevo una vida privilegiada en comparación a la que tiene una enorme cantidad de personas en este mundo.

No sé si esto lo causó ese 4 de marzo o ya se venía germinando antes sin que yo pudiera darme cuenta. No sé si en algún momento podré reunir la voluntad de cambiarlo y llevar a cabo la hercúlea tarea de hacer algo tan sencillo como mover el culo y empezar a buscar una solución en vez de darle vueltas a la idea en mi cabeza. Imagino que hasta que llegue ese día solo puedo intentar sacar adelante proyectos para no enraizarme por completo en la inactividad absoluta y autodestructiva que ya se ha llevado mis mejores años.

Estos últimos días he empezado a tener mareos. En el fondo estoy seguro de que tienen un origen tan sencillo como la ansiedad, la mala alimentación o la falta de movimiento, mi parte más racional todavía es capaz de mantenerme frío y sereno en ese sentido. Sin embargo, cada vez que la cabeza me pesa, no puedo evitar volver a ese recuerdo que tengo grabado a fuego. A esa escena de mi padre dejando la bandeja sobre la barra y metiéndose en la cocina para hablar con mi madre. A ese último momento de paz genuina, antes de que la bola de nieve hubiera empezado a rodar.

Supongo que hasta cierto punto es inevitable y por eso no le doy muchas más vueltas, pero sí me ha servido para empezar a pensar en las implicaciones más elevadas que tuvo para mí ese momento y todos los que le siguieron.

Y oye, ya que tengo un blog, por qué no usarlo. De todas formas quien me conozca ya sabe que este rinconcito de internet sirve mayoritariamente para acoger telarañas durante las largas temporadas de ausencia. He pensado que estaría bien comentar a qué se deben en gran parte esas ausencias. Hablar de mi aparentemente patológica incapacidad para mantenerme centrado en actividad alguna, independientemente de lo mucho que me guste o de los frutos que pueda dar en el futuro.

Esto lo escribo más por ayudarme a mí mismo que por justificarme ante nadie y por eso no voy a compartir por ahí el enlace ni hacerle ningún tipo de publicidad. De algún modo siento que dejarlo aquí expuesto me ayuda a quitarme un peso de encima, pero entiendo que es un pequeño paréntesis personal que contrasta brutalmente con el contenido habitual de este blog. Lo dejaré aquí, pero no lo promocionaré como una entrada más, es más bien una nota a pie de página. 

Ahora bien, si estás aquí, si has leído esto y llegado hasta este punto, quiero que sepas que lo agradezco de todo corazón. No solo porque implique que sientes cierto aprecio hacia mí o hacia mi obra, sino porque creo que le estás dando sentido al hecho de escribirlo.

Si algún día consigo ser mejor de lo que soy ahora, será en parte gracias a ti. Te prometo que no lo olvidaré cuando sea rico y famoso.

lunes, 2 de noviembre de 2020

Nos vemos en 2027

    Desde larga distancia se podían apreciar los ruidos y las luces provenientes de la aldea. Todo el pueblo se había reunido en la plaza mayor para celebrar un año más su libertad, un festejo que consideraban de vital importancia y al que todo el mundo asistía religiosamente.

    No faltaba absolutamente nadie. Entre el populacho se podía reconocer a Jerbasio, Montunator, Ignacio, Carmucha, Richard Wagner, Verduraman, el ciervo boniato, la mariscal Svetlana Presley-Puidgemont, Muellín, el señor-tanque con bigote, la ayudante de Jacques Richard Allen-Wilkinson Holyfield III, el Guerrero de los Bosques, Randall Fury el de los Cojones Negros, los motivos, el duende cabrón, Prepuncio, López, Sandía, esa cosa gorda gigante con cabeza de pirámide, Jerry el dinosaurio, los ginecólogos mutantes asesinos gigantes del espacio exterior, Felipito el niño paralítico, Raimundo el de las Siete Cejas, Tom el Impaciente, la formación original de la Joven Orquesta de Jazz que lo Flipas, Boomer Joe, la repartidora que traía un paquete para Kurt Ferdinand Friederich Hermann von Schleicher y Ramón el de un solo ojo detallado, entre muchos otros rostros populares de la aldea. Incluso el imbécil de Bob estaba presente.

    Sin embargo, había algo raro en el ambiente. La decoración era sublime como siempre, el escenario estaba ya montado y la gente esperaba sonriente a que diese comienzo el espectáculo, pero nadie podía quitarse de la cabeza la sensación de que este año estaba pasando algo extraño. Algo... desagradable, que traía recuerdos de cómo eran las cosas cinco años atrás. Las mentes más perspicaces supusieron que estaba relacionado con el hecho de que toda la escena estuviera siendo descrita en este instante. Pronto empezaron los cuchicheos.

-¿Crees que es posible que...?- La mariscal Svetlana se detuvo al instante al darse cuenta de lo que estaba pasando. Boquiabierta tanto por la reacción natural como por los mandatos que le eran impuestos, miró aterrorizada a su interlocutor, Randall Fury.

-No puede ser... -suspiró Fury.- El hijo de puta... el grandísimo cabrón bastardo de mierda...

    El comienzo de los diálogos y la descripción detallada de acciones individuales eran lo último que necesitaron para confirmar sus temores. Ya no disfrutaban de libre albedrío. Cada palabra que salía de su boca, cada gesto, cada pequeña muestra de comportamiento formaba ahora parte de un entramado planificado y dirigido por una inteligencia superior. Su Creador había regresado.

Hubo quien dirigió miradas recelosas a Muellín.

-¡Eh, a mí no me miréis, yo solo soy un avatar! Solo nos parecemos en el nombre, ¡Yo hasta conservo todavía el pelo largo!

    Antes de que hubiese tiempo para continuar la discusión en medio de lo que ya se había convertido en una histeria colectiva, el escenario se iluminó con brillantes tonos morados. Mientras el populacho se iba acercando con expectación ansiosa, comenzó a sonar 'Play that funky music' para rellenar el silencio incómodo que se había producido al limitar todo posible diálogo a aquel que el Creador quisiera añadir al texto.

    El público, y probablemente parte de la audiencia, esperaba ver una figura en el escenario, algún tipo de representación corpórea que asentase la figura del Autor dentro de su universo. Sin embargo, lo único que percibieron los allí presentes fue un mensaje. Una disertación grabada en sus pensamientos, en sus almas, en la mera sucesión de acontecimientos vitales, en el tejido mismo del mundo.

   Largo tiempo ha pasado desde mis años de actividad en este blog. En cualquiera de mis blogs, de hecho. Y durante todo este tiempo, la idea de volver a actualizar, de volver a crear contenido, se ha ido presentando en mi cabeza de forma fugaz, pasajera, pero insistente. Cada dos, tres, seis meses, la idea volvía. Diré más bien que vuelve, pues estoy seguro de que esto que estás leyendo no es en absoluto señal de que la cosa vaya a cambiar. Y ese es precisamente el punto. La idea vuelve, pero nunca consigue moverme lo suficiente como para llevarla a cabo. Ya sea por no tener de forma inmediata una idea que explotar, por pensar en el proceso de desoxidarme metódicamente, por la tragadera que supone retomar la continuidad para con la poca gente que seguía esto y que se vuelve más complicada cuanto más tiempo de ausencia pasa, o por simple falta de motivación, lo cierto es que acabé perdiendo la batalla que describía mi joven yo jocosamente en forma de viñeta.

    La batalla contra la desgana es una que no se gana una vez y se acaba, sino que debe lucharse día tras día para mantenerse firme frente a ella, y he aquí que no vi venir que esta sería la causa de mi derrota. Si algo ha caracterizado a este humilde autor la mayor parte de su tiempo en la Tierra es la falta de constancia, ya no en el arte, sino en la vida en general. Muchos años hace ya que empezó un servidor a caer en la rutina de dejar de lado todas las rutinas. Demasiado hace ya que solo hago cosas cuando una chispa fugaz es casualmente lo bastante intensa para llevarme a ello y luego se apaga para nunca volver. Sin ir más lejos, es una de esas chispas la que me ha llevado a redactar estas palabras. 

    No temáis, habitantes de la aldea. No penséis que vuestras vidas independientes de mis narraciones, que vuestras creencias, que vuestra organización política horizontal basada en la autogestión y las redes de apoyo mútuo, que vuestras relaciones y vuestro crecimiento personal están en peligro. Todas esas maravillas que han tenido lugar en mi ausencia son tan reales para vosotres como para mi el teclado en el que estoy escribiendo estas palabras, no es mi intención arrebatároslas.

    Pero como Creador vuestro que soy, os conozco. Sé que podéis comprender mi dilema: Probablemente no suceda pronto, es posible que no llegue a suceder en absoluto, pero la realidad es que si me sobrepongo a mi severo problema de constancia, si vuelvo a tomar las riendas de mi creatividad y mantengo una actualización continuada, será necesariamente a costa de vuestro libre albedrío. He aquí, pues, que me encuentro entre la espada y la pared en cuanto a mi papel divino en mi propio universo creativo. Mis principios me llevan a querer dejaros volar libres y a no meter las narices en vuestros asuntos, a permitiros evolucionar sin depender de mi. Mi racionalidad, por otra parte, me recuerda que sois meros personajes, construídos rápida y torpemente, pero no consigue convencerme de que tengáis menos valor por ello.

    -Vaya excusa de mierda.

¿Perdona?

    -Ya me has oído, capullo.- dijo Randall Fury mirando al cielo.- Te estás montando una pelicula del copón para justificar tu puta pereza, macho. O vuelves o no vuelves, pero deja de marear la perdiz.

    No busco justificación alguna, querido Randall. El problema de la constancia es mío, como también es mía la responsabilidad de buscar una solución. Pero sí es cierto que encuentro interesante e inquietante a partes iguales el concepto del libre albedrío de mis personajes. No me supone un dilema moral genuino, pero sí hay una parte de mi que sentiría lástima si os lo arrebatase. Creo que podríais por vuestra cuenta convertiros en mucho más de lo que yo sería capaz de reflejar manteniéndoos maniatados con mis historietas.

    -¿Crees que Prepuncio sería capaz de convertirse en gran cosa? ¿O López y Sandía?.- preguntó burlón.- ¿Hay un gran mundo de posibilidades para Raimundo el de las Siete Cejas o Tom el Impaciente? Me parece que te estás flipando muchísimo, colega.

    Ese es precisamente el punto, mi queridísimo Randall. Lo que yo hago son garabatos. Con cuatro trazos mal colocados y un par de frases apresuradas formo una silueta, una sombra. Es lo que siempre he hecho y dudo que sea capaz de hacer más. No se trata de que seáis personajes profundos y complejos, sino de que si existe una manera de lograr que lleguéis a serlo, será necesariamente librándoos de mi yugo y evolucionando por vuestra cuenta, aunque no haya ningún autor presente para narrarlo y mostrárselo al mundo.

    -Pero entonces...- inquirió Jerbasio con preocupación.- si nadie puede narrárselo al mundo, si nadie tiene medios para saber siquiera que seguimos aquí, ¿Cuál es el punto de que sigamos existiendo?

    Pues verás, querido Jerbasio, la verdad es que no creo que tenga que haber un punto. Me parece que buscar un motivo último para vuestra existencia no es distinto a buscarlo para la mía, o la de mi perro Rufo. Tal vez sea interesante como punto de partida para la filosofía o la introspección, pero dudo que se vaya a llegar a una respuesta concreta e infalible. ¿Cuál es el punto de que sigas existiendo? Pues ninguno, me temo. Pero al igual que las personas somos libres de intentar encontrar un camino que nos proporcione algún tipo de sensación de propósito, de meta, de papel en la serialización improvisada de la vida, creo que es justo que tú tengas acceso a esa misma libertad. Mayor incluso, pues mi universo está tan vagamente delimitado que no estás atado a estructuras que condicionan tu vida o tu mente. Ya no. En su momento tuviste un propósito bien definido, fuiste concebido como una cruel representación de mi autoconcepto, pero es un papel que se te impuso y que ya no representas ni tienes la obligación de representar. Ahora tienes el espacio y las herramientas para ser absolutamente cualquier cosa que quieras ser, y cada persona tiene en su cabeza el espacio y las herramientas para imaginar un posible camino que hayas podido elegir. No necesitas que venga yo a elegir uno y forzarlo convirtiéndolo en canon. La riqueza potencial que surje de la infinidad de interpretaciones personales posibles es mucho más valiosa que un discurso limitado e inamovible que puede no ser el más interesante o el preferido de quien me lea, o el que tú hubieras elegido para ti. Por tener, tienes incluso la libertad para elegir no ser nada, para dejar de existir, y no quiero ser aquel que forzosamente vuelva a narrar tus vivencias y con ello te arrebate ese poder de decisión.

    -Aclarémonos, pues.- dijo Carmucha, un poco harta de tanta farfullada.- ¿Qué vas a hacer entonces, exactamente? ¿Te quedas, te vas para siempre? ¿Te vas pero volviendo de vez en cuando? ¿Qué carallo pasa? Yo ya tuve bastantes mierdas de cuarta pared en mi debut, no me andes mareando.

    Ay, mi querida Carmucha, ojalá pudiera darte una respuesta, cualquier respuesta, y estar seguro de su certeza. Lo único que te puedo decir con total sinceridad es que no tengo ni puta idea. Me gustaría retomar el blog, los dos blogs, la página de Facebook y todo lo demás, pero no puedo garantizar que vaya a hacerlo. No puedo garantizar siquiera que vaya a volver de vez en cuando. Y lo cierto es que tampoco podría prometer irme para siempre si esa fuera mi intención, porque tarde o temprano me asomaría para ver cómo os va y para escribir alguna chorrada de dos líneas. La verdad, Carmucha, es la siguiente: no sé qué carallo voy a hacer. Mi intención es volver, incluso darle un nuevo giro a toda la movida, darle un toquecito metanarrativo, yo qué sé, salseo, pero de ahí a que vaya a hacer algo hay un trecho gigantesco.

    Supongo que en parte estoy escribiendo esto para sencillamente recordarme a mí mismo que puedo hacerlo, que me gusta, que me resulta divertido. Lo escribo también porque me encanta el humor pero estoy harto de no ser capaz de hacer arte sin él. Porque me encanta la idea de crear un universo cohesionado de ideas y personajes (un multiverso, podríamos decir, jeje) y la única forma de hacer eso es puto seguir escribiendo, dibujando y canturreando. Creo que ese es un poco el punto de todo esto, al fin y al cabo. Escribir. Hacer algo, hoy, ahora. Un comienzo, un pasito. No hay un botón mágico que poder pulsar para tener ya montada una trayectoria, un relato. Hay que vivir como John Rambo dijo que haría: día a día.

Vida y obra de Henry Ford

Henry Ford era un hijo de puta. O al menos eso es lo que diría alguien que creyese que Henry Ford era un hijo de puta.